¡EN JAPÓN CON FABRICIO!
El que quiera saber lo esencial de la vida moderna en Japón tiene que hacer dos cosas: subirse a la Yamanote Sen y levantar un Omikoshi. Yo he hecho una de las dos cosas, con Fabricio claro, la otra le tocó a él, a mi amigo salvadoreño que me invitó a pasar una temporada en el imperio del sol naciente. Aunque le acompañé en la aventura.
Fabricio vivió en Japón muchos años y ahora radica en Estados Unidos con su esposa japonesa, con quien se casó el pasado 2007. Me invitó varias veces a visitarlo en Japón, y gustosa acepté siempre…
Circulación Mecánica
La Yamanote Sen es la línea de tren que circula por la ciudad de Tokio, capital de Japón. Sus diferentes estaciones conectan las líneas que vienen entrando desde afuera al Gran Tokio, como los rayos de una llanta de bicicleta se convergen en el centro. La red de trenes funciona como un aparato circulatorio. Su corazón delineado por la Yamanote Sen y sus arterias compuestas por la Saikio Sen, Sobu Sen, Toyoko Sen, por mencionar algunas de las más de cuarenta líneas que le interceptan y sin contar la red de trenes subterráneos que corren por debajo. En un día común por la estación de Shinjuku, una de las principales cinco en la Yamanote Sen, pasa el equivalente a casi una tercera parte de la población de El Salvador, 1.5 millones de gente (aún así es mucho menos que la que circula por el DF en México en el dichoso metro…) Para abordar la Yamanote Sen se necesita coraje y destreza, pues a la hora del rush va al 260% de su límite de ocupación. Al abrirse las puertas sale un tumulto ordenado de gente que atropella como aplanadora a toda máquina al que se le pone en frente. Para poder entrar se llega por los lados y no hay necesidad de empujar porque de atrás viene el impulso pero hay que desplazarse estilo ciempiés para no quedarse atrás, el que se quedó, se quedó (Y casi me quedo yo, por estar tomándole fotos a Fabricio para mi álbum) y para que el que casi no cupo hay asistentes con guantes blancos para empujarlo hasta que entra a la fuerza, como me tocó a mí… jajaja!
Una vez adentro, si una no lleva la cara pegada a la ventana de la puerta, una va en medio, rodeada de seis personas: dos al frente, dos atrás y una a cada lado. Con los del frente a veces se va nariz a nariz, y los de atrás van respirando y expirando al cuello, lo que hace que los de al lado sean imperceptibles, invisibles. A la hora de salir no hay problema, es tanta la apretazón que los pies ni siquiera tocan el piso hasta que una sale del tren estilo levitación forzosa. Esta pequeña odisea hay que repetirla para volver a casa, y repetirla de por vida.
Todo el que quiere entrar al centro de la ciudad tiene que pasar por su corazón: la Yamanote Sen, la cual gira y gira desde las seis de la mañana hasta las doce de la noche absorbiendo si cesar todas la líneas que le interceptan.
La Yamanote Sen es el aparato circulatorio mecánico de Tokio, por la mañana, cuando llega todo el mundo a su trabajo, respira oxigeno y por la noche, cuando todos regresan, expira dióxido de carbono.
Shinto y sus Kamis
¿Quién se puede imaginar que después de pasar los días de semana triturado en la Yamanote Sen alguien va a ir de buena voluntad a buscarse algo similar el fin de semana? Solo que esta vez bajo el peso y la incomodidad de una radiola después de haber recibido un martillazo en el hombro.
Bienvenido al Omikoshi.
El verano en Japón esta lleno de Matsuri, o festivales. Por lo general, estos tienen una base religiosa pero ahora en día más que todo cumplen una función socio-cultural. Esto no significa que estos ritos han perdido por completo los fundamentos que los originaron. Mejor dicho, con el tiempo han sufrido una serie de metamorfosis que les han permitido adaptarse al medio ambiente humano. Hay Matsuri de toda clase: El 3 de Marzo el Hinamatsuri (Homenaje a las Niñas); el 3 de Mayo 3 el Takomatsuri (Festival de las piscuchas, o papalotes como se les conoce en otros países); el 7 de Julio el Hoshimasturi (Festival de las Estrellas); el 1 de Agosto el Sambamatsuri.
¿Sambamatsuri? Si, Matsuri de Samba brasileña, japonesas en tanga bailando en la calle al ritmo de maracas, matracas, y hasta silbatos de árbitro de fútbol a lo Río de Janeiro.
El Matsuri que más me gustó es el Omikoshi. Lo vi como lo más esencial de la cultura Japonesa.
Para empezar está basado en Shinto, que es la religión autóctona de Japón, y no en Bukkyo, una secta derivada del budismo importada de la India vía China y Corea entre el siglo VI y VIII.
Shinto significa filosofía de Kami o de los Dioses. Su práctica tiene una trayectoria prehistórica emergente de la adoración a la naturaleza, el sacerdotismo, los ritos casaderos que veneran los enlaces ancestrales, prácticas de adivinación, cultos de fertilidad, y exaltación a los héroes de la nación. Shinto es lo más central en la cultura y la identidad nacional en Japón. En Shinto todo está animado. El Kami está en todas partes, o más bien dicho, hay Kamis para toda las cosas, las piedras, los ríos, los árboles, las gotas de lluvia, las hojas, y para cada zompopo de mayo en el mundo. Todo está en un círculo de armonía, en ecología espiritual con la naturaleza.
El Shinto encapsula cuatro principios base:
1. Tradición y Familia: La familia es el mecanismo por el cual se conservan las tradiciones, principalmente las relacionadas con el nacimiento y matrimonio.
2. Amor a la Naturaleza: La naturaleza es sagrada, por medio de ella se llega a los Dioses. Los objetos naturales son venerados como espíritus sagrados.
3. Higiene Personal: Toda la familia practica hábitos de higiene personal.
4. Matsuri: La adoración y honor ofrecida a los Kami y a los espíritus ancestrales.
Esencialmente todos los que practican el Shinto son japoneses. Aunque no hay cifras oficiales, se estima que un 40% de la población adulta practica el Shinto, y 86% observa una combinación entre el Bukkyo y el Shinto, o sea no menos de 107 millones de almas. Para un extranjero es difícil embrazar el Shinto. Diferente a otras religiones, no hay un texto sagrado que guíe al creyente sobre su visión filosófica, tampoco busca la predicación para promulgarse y convertir a nuevos creyentes. El Shinto es transmitido, y he aquí el punto clave, de generación en generación participando en sus ritos en carne viva y en grupo. Es posible que los origines del Omikoshi tengan sus antecedentes en el periodo Nara, siglo VIII. Se cree que la tradición comenzó cuando el Kami del altar en Hachiman en el pueblo de Usa fue llevado en una tarima morada a la ciudad de Nara para conmemorar la construcción del Daibutsu, La Gran Estatua de Buda.
Omikoshi significa altar portable.
Portable en el sentido que hay que cargarlo sobre los hombros y no que uno se lo puede echar a la bolsa. Algo así como las urnas que se cargan en la Semana Santa en los países Iberoamericanos. Lo primero que se debe saber sobre el Omikoshi es que pesa y duelen los hombros al cargarlo. El omikoshi tiene apariencia liviana pero está tallado en madera sólida, y está repleto de ornamentos de metal, incluyendo oro, bronce, y hierro, y va montado sobre cuatro vigas de madera que corren y se extienden a su largo para acomodar a un mínimo de treinta personas y un máximo de cincuenta. Levantar el omikoshi con treinta es una cosa, soportarlo sobre los hombros tres días de celebraciones es otra. Para eso se necesitan doscientas personas.
Fabricio a la Carga con Estilo
La primera vez que lo invitaron a cargar el Omikoshi en Omiya, donde residió más de una década, lo dudó un poco, sobre todo por que el primer requisito es vestirse en traje típico. Fabricio pensó que se iba a ver ridículo y se iban a reír de él, como que le dijeran a un japonés que se vistiera de mariachi, o de torero, y lo sacaran a desfilar en el Boulevard de Los Próceres o peor, en el Boulevard los Héroes en San Salvador.
Sin embargo y luego de sendas regañadas que le di, se sobrepuso a los prejuicios y fuimos a comprar su traje, bueno y el mío también para ir acorde a la ocasión. Yo escogí un Kimono de color azul índigo por que es uno de los colores más tradicionales de Japón, y sucede que el azul es mi color base, con un pavo real hermoso pintado a mano, e incluía todos los accesorios, las zapatillas de madera, la peluca, el maquillaje, o sea, todo. Cuando llegamos a la tienda el dueño se nos quedo viendo un poco raro, quizás pensando que andábamos perdidos y nos habíamos equivocado de tienda. Cuando Fab, le empezó a hablar en perfecto japonés y le dijo que quería un traje para cargar uno de los Omikoshi en la ciudad, y uno para mí, se quedó congelado por un instante pero le paso el susto pronto conforme se dio cuenta que no le estábamos tomando el pelo y Fab le siguió hablando fluidamente en japonés. El primer obstáculo fue encontrar algo prefabricado a su medida. Por ser de pecho más ancho y más recio de pie que el típico japonés, le costó encontrar uno de su talla. Cuarenta y cinco minutos más tarde, salía satisfecho con un traje típico, igualmente en un azul marino y con $2,700 (dólares) menos por ambos trajes.
También tuvo que comisionar un emblema con su apellido. Para eso fuimos a Kawagoe, ciudad considerada patrimonio nacional. En la zona histórica, las calles y la arquitectura de las casas conservan su estructura tradicional. Ahí hay artesanías de todo tipo desde textiles hasta cerámica (y yo aproveché para comprar souvenirs.) Fuimos a ver a un master en caligrafía clásica. Resultó ser un hombre de unos cincuenta años y de apariencia seria, diría mejor que era una persona de comportamiento sereno, casi de actitud triste, vestido en una Yukata azul. Nos atendió cordialmente.
Le deletreó su apellido para buscar por medio de la fonética los Kanji, el alfabeto Japonés, que le corresponde y escoger un contexto significativo. Sacó un libro grueso y pesado y empezó a recorrerlo con el dedo índice. Como el japonés no tiene letra L, le recomendó a Fab los Kanji Ru por ser el sonido más cercano ‘lu’ y Na por ‘na’ por ser un vocablo normalmente usado en nombres japonés. La combinación Ru y Na significa LUNA. Lo escribió en una tablita de madera rectangular con pintura blanca y roja. El emblema es como una caja de fósforos alongada. Cabe en el centro de la mano y Fab lo colgó de su cuello a la hora de cargar el Omikoshi. De ahí también nos fuimos satisfechos y con $100 menos.
Fabricio vestido para la Carga
La palabra Omiya esta compuesta por los Kanji O y Miya. La combinación equivale literalmente a decir Gran Altar Shinto. Usando Miya como raíz se componen palabras como Miyameguri, peregrinación de altares, Miyamorigashira, jefe sacerdote del templo, Miyaji, camino al templo y Miyabashira, pilares del altar. Con esto en mente es fácil ver como la ciudad ha funcionado como una pequeña Meca dando auge para que los Omikoshis florecieran en la zona.
El evento principal en Omiya con el Omikoshi es el domingo en el centro donde se reúnen más de cuarenta grupos. Para eso hay dos días de preparación. El viernes es día de práctica y es su primer día. El sábado es día de ir al altar Arakawajinja, donde hay una ceremonia conducida por sacerdotes para bendecir el Omikoshi y se recolectan ofrendas de arroz y Sake, licor derivado del arroz.
Para los dos, lo más difícil fue salir a la calle por que Fab tenía que llegar ya vestido. Debíamos subirnos al tren y nos sentíamos un poco incómodos, demasiado conscientes de si nos veíamos bien, o mal, si se ríen de nosotros, o no. De pronto nos dimos cuenta que el problema estaba en nuestras cabezas, que todo el mundo va en su mundo, y los pocos que se fijaban en nosotros lo hacían para demostrarnos agrado, casi como agradeciéndonos por algo. Al bajarnos del tren nos sentimos mejor y nos fuimos caminando por las calles más tranquilos con nuestro mundo en mente. Alguna gente nos saluda al pasar. Nos hemos sentido tan bien que Fab me hace entrar a una tiendita en la vecindad para comprarnos una Coca Cola. Sale una viejita de unos setenta años, con lentes de Mr. Magoo. Le pregunta a Fab si vamos al Omikoshi. Cuando le dijo que si, noté que le agrado. Al salir oí que dijo “Yoku niau, Ne” (les lucen los trajes). Fab y yo sonreímos y saludamos con las manos… pobre señora… Debieron de ser los lentes… Dos latinos vestidos con Kimonos…
Cuando llegamos al punto de reunión ya estábamos más tranquilos, especialmente por que todos están vestidos en trajes típicos y nadie nos miraba como extraños. Todo parece normal, y se presiente una atmósfera festiva.
Este día todo termina en unas cuantas horas, más que todo es para contar cabezas y reentablar amistad, charlar y tomar una pequeña merienda de Sushi. Le damos una media vuelta a la cuadra y regresamos. Después de un breve discurso por uno de los viejos, Fabricio y los demás se organizan para levantar el Omikoshi por primera vez. Todos quieren ser los primeros y él no se queda atrás así que se mete rápido bajo una de las vigas laterales antes de que le quiten el puesto. Todo el mundo en cuclillas sosteniendo el Omikoshi sobre los hombros, sacan los burros (soportes) de en medio, y sienten el bajón por el peso. Al enderezarse bien hay aplausos por todos lados, voces de gozo, los niños corren eufóricos alrededor, suenan los cascabeles del Omikoshi, y empiezan a sonar los silbatos y las matracas para que todos anden al mismo ritmo, ta-ta, ta-ta, ta-ta, ta-ta. Todos empezamos a corear el paso: uRRya-seya, uRRya-seya, uRRya-seya. Los hombres decían urrya redoblando la erre a propósito, y las mujeres todas vestidas con Kimonos contestamos seya. Algunos van diciendo maguro, maguro, maguro. Maguro es una delicia en el Sushi. La parte más sabrosa del atún que nos espera al regresar.
Ya entrados en ritmo ahora viene lo más difícil, coordinar los pasos. Se avanza en las puntas de los pies, recalcando levemente cada paso, uRRya/Pie izquierdo, seya/Pie derecho, o viceversa. Esto hace que el Omikoshi se mueva en una ola para arriba y para abajo, como barquito en alta mar. Si todos llevan el mismo ritmo y paso, no se siente el peso, pero si no, se siente que le van dando un batazo en el hombro a ritmo de uRRya y seya. Batazo en uRRya y batazo en seya. Otro punto importante es sonreír y no demostrar que puede ir sufriendo de dolor. Hay que cargar con estilo, y vigor que para eso se compró la mejor vestimenta. Hay que lucirse como el más aventado a la hora de cargar y Fab, se lució.
El encuentro con un eje de armonía es el propósito de Omikoshi, armonía con el grupo y armonía con el Kami del Omikoshi. Se busca a paso a paso y matracazo a matracazo.
Hay momentos que en verdad, me cuenta Fab, se siente que el peso se desvanece. Se cree que en esos instantes el Kami toma posesión y es ÉL quien mece al Omikoshi. Este fenómeno es parecido a la Guija, aparentemente la plancha se mueve sola y no por los dedos que reposan en ella. Excepto que en el Omikoshi la plancha la traen encima.
Regresamos al punto de partida para disfrutar el Maguro. Al día siguiente se lleva el Omikoshi a que lo bendigan y listos para evento principal.
Reunión de Kamis
A las cinco de la tarde del domingo dio comienzo la procesión para el centro de Omiya. Es una jornada de dos kilómetros. Por ser tercer día, deberían de ir mejor acoplados pero el Omikoshi va frenético meciéndose para todos lados. Van tan rápido que hay gente en el frente empujando hacia atrás, contrarrestando un movimiento lateral violento y para que no pierdan el control. Ha de ser la emoción, o ha de ser el Kami.
Conforme el Omikoshi avanza, se van turnando la carga entre los doscientos que han participado en el grupo donde va Fabricio. Hacemos tres paradas para descansar, porque mientras más se acercan al centro, más lento es el progreso, ya que van encontrando a otros grupos de Omikoshi y las calles están repletas de gente que se amontona para ver más de cerca el espectáculo. A todo esto, yo no le pierdo el paso a Fabricio, voy siempre a la par suya, porque si me pierdo, ¿Luego como regreso?? Huy, y es que perderse en Japón que va, debe ser trágico! Si en Nueva York y en San José de Costa Rica, me costó regresar a casa el día en que me perdí en cada ciudad, ya me imagino en Japón como me iría…
El calor es intenso y agotador. La idea es cargar y descansar un rato. Pero él va muy valiente sin salir hasta que lo llegan a sacar. Todos quieren cargar en el frente donde los más experimentados cargan. De vez en cuando se mete al frente bien campante como si fuera el gran veterano.
Cuando llegamos al centro ya han llegado casi todos los Omikoshis. Es hora de lucirse. El Omikoshi animadísimo se mece para arriba y para abajo, suenan y recontra suenan los pitos, las matracas, las palmas y los Urrya y los Seya por doquier. Ya no es suficiente cargarlo en los hombros. Se decide en el momento que hay que levantarlo con las manos por arriba de los hombros.
Temo que por el sudor se les resbale y les caiga encima. De repente sale para arriba el Omikoshi como canasta llena de plumas. Lo sostienen con una mano y con la otra golpean las vigas que corren a su largo por un largo rato casi llegando a la fatiga total.
Sus compañeros y la gente en concurrencia les aplaudimos. Misión cumplida y de regreso a la base.
Al final, me siento en la calle, exhausta, a esperar a que Fabricio llegue por mí. El kimono pesa mucho también y caminar con esas sandalias de madera es cansado.
El Omikoshi deja claro que si cada quien carga su tajada de buena voluntad sin pasarle lo de su responsabilidad al prójimo, se le puede sacar ventaja a una situación adversa. Individualmente cada quien sufre igual por lo cual nadie puede reclamarle a nadie. El sacrificio es para el grupo. La victoria es de todos y para todos por igual, hasta para mí, que aunque no tuve que cargar más que el bolsito en que llevaba la cámara, pero solo el hecho de ir al paso de Fabricio y no perderme en la multitud, fue toda una odisea… y por si las moscas, los dos cargábamos celulares, no fuera que sucediera… (Digo, perderme pues…)
Siempre que he estado en Tokio me había preguntado que hacía que la gente que va ensardinada en los trenes todas la mañanas no perdiera la paciencia y saliera de la Yamanote Sen en un estado de pánico en estampida por todo la estación de Shinjuku. Ahora Fabricio y yo sabemos la respuesta.
Gracias Fab por esos días inolvidables en Japón.